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  • Foto del escritorFreddy Ortiz Regis

Crítica a "El sonido de la libertad"



Por Freddy Ortiz Regis


La película recién estrenada “Sonido de la libertad” vienen arrasando —según las publicaciones en los medios— con la taquilla.


Debo confesar que mi impresión inicial fue de mucho interés, pues se trata de una temática extremadamente sensible para cierto sector de la opinión pública, como lo es la explotación sexual infantil.


Sin embargo, después de haber visto la entrevista del comunicador de ultraderecha ha hecho al productor de la película, el actor mexicano Eduardo Verástegui, se han apoderado de mí muchas dudas, que me llevan a cuestionar su supuesta finalidad altruista: lograr una real toma de conciencia, tanto por parte de la sociedad como de las autoridades, sobre el drama de los niños explotados sexualmente.

Momento de la entrevista de Agustín Laje a Eduardo Verástegui


El primero de mis cuestionamientos tiene que ver con el uso político-religioso que sus productores —incluyendo al actor Jim Caviezel, también conocido activista de la ultraderecha norteamericana— le han imprimido a la obra. Presentan la producción cinematográfica como si se tratara de la quintaesencia de la lucha contra este flagelo que ha estado presente en todas las edades de la historia. Basta ver el ímpetu y frenesí de Verástegui cuando dice "¡esto no lo para nadie!" para percibir un espíritu de pretensiones mesiánicas, como si su película fuera el arma que la humanidad estaba esperando para comenzar una cruzada orientada a terminar, por fin, con este drama de raíces históricas y culturales complejas.

Director de la película, Eduardo Verástegui, con Donald Trump


El segundo cuestionamiento tiene que ver con la dramaturgia de la obra. La presencia del actor Jim Caviezel, quien hizo el rol de Jesús en la película “La pasión de Cristo” de Mel Gibson, ya es un antecedente de lo que se puede esperar ver en la película “El sonido de la libertad”. Como se recordará la película de Gibson —estrenada en 2004— se esforzó por presentar las escenas de la pasión de Cristo con una descomunal y terrible crudeza, como si la narración del martirio de Jesús que se describe en los evangelios no hubiera sido suficiente para las profundas transformaciones espirituales que ha logrado en las vidas de millones de personas a lo largo de los últimos dos mil años. Así, en su intento por alcanzar récords de taquilla y superar a todas las producciones cinematográficas sobre la pasión de Jesucristo apelando a la morbosidad del público, la película de Gibson no logró su objetivo, quedando en la historia de las producciones cinematográficas como una más del montón, no logrando superar a la película “La vida pública de Jesús según Lucas” de 1979, producida por los cineastas John Krish y Peter Sykes.

Afiche de la película "La pasión de Cristo" de Mel Gibson y Jim Caviezel



Afiche de la “La vida pública de Jesús según Lucas” de 1979, producida por los cineastas John Krish y Peter Sykes


Nuevamente, pues, asistimos a una refinada escalada del márquetin publicitario cinematográfico. Los productores —reconocidos personajes de la ultraderecha norteamericana— no han dejado ningún hilo suelto en la promoción de su película. Desde enfrentarla con las corrientes “progres” (como así llaman a quienes son partidarios por reconocer derechos a las minorías sexuales y buscan una mayor apertura de la sociedad frente al conservadurismo de los grupos de poder) hasta apelar a los sentimientos religiosos de millones de personas susceptibles de creer a pie juntillas en “milagros”, “sucesos inesperados” y “la providencia divina” detrás de los desafíos, desencuentros y obstáculos que supuestamente han sufrido los productores de la película para llegar a hacerla realidad.

Afiche de la campaña fundamentalista generada ya por la película


La práctica de la pedofilia en el mundo es un problema que conmueve y despierta los más profundos sentimientos de repugna e indignación, pues es un delito que afecta a los sectores más vulnerables, inocentes e indefensos de la población, como lo son nuestros niños. Sin embargo, esto no es justificación para que cazadores de fortunas (como en efecto lo son los productores de Hollywood y sus satélites cinematográficos) utilicen este drama para llenarse los bolsillos bajo una supuesta cruzada de moralización.


El problema de la pedofilia no va a terminar porque los productores cinematográficos de ultraderecha han realizado una película sin las credenciales científicas que el problema amerita, pues la complejidad del problema abarca no solo a las víctimas sino también a los victimarios. Como ocurre con el problema de las drogas, si no existiese un mercado de consumidores, no existirían los productores. Entonces, no es descargando todos los odios sobre los pedófilos y quienes viven del negocio de la pedofilia como se va a solucionar el problema. La solución —en mi concepto— pasa por la aplicación de políticas integrales de salud sexual que permitan a los profesionales en este campo actuar con la mayor apertura y libres de toda forma de prejuicios y estereotipos ultraconservadores. Políticas que —contradictoriamente— nunca se van a poder aplicar si los ultraconservadores están en el poder torpedeando toda iniciativa de apertura sobre la base de su interpretación fundamentalista de las Escrituras bíblicas. No se trata de atacar los síntomas sino de enfrentar las raíces culturales, sociales, económicas e históricas del problema.


La pedofilia es una parafilia de la conducta sexual que tiene causas muy complejas, pero que tiene sus raíces en la sociedad y en el contexto en el que se han criado los pedófilos. El creciente desarrollo de las sociedades industriales y posindustriales ha generado la conformación de poblaciones que favorecen desde una predisposición o vulnerabilidad biológica para un fracaso de la socialización, presencia de reacciones automatizadas ante el estrés, fomento de rasgos de personalidad tanto impulsiva con deficiente autocontrol hasta una búsqueda excesiva de novedades que desembocan en elementos compulsivos y obsesivos (psicodex).


La película “El sonido de la libertad” aún no se estrena en nuestro país, y cuando ello suceda no pienso ir a verla por dos razones: la primera, porque no soportaría la crudeza de las escenas que en ella se muestran mientras veo a los espectadores repantigados en sus asientos comiendo pop corn y, segundo, porque no pienso ser un contribuyente de su millonaria taquilla. Me basta con soportar en nuestro medio a colectivos de la calaña de “Con mis hijos no metas” para quienes la producción de esta película —qué duda cabe— se convertirá en el estandarte de su cruzada política de ultraderecha, explotando la repulsa de la población hacia el abuso infantil para ganar adeptos y votos electorales que consolidarán en el poder a políticos conservadores corruptos de la talla del fujimorismo y sus partidos satélites.

Afiche de la película "El sonido de la libertad de Eduardo Verástegui y Jim Caviezel


Finalmente, invito a los lectores a visualizar el video con la entrevista del comunicador Agustín Laje al productor de la película “El sonido de la libertad”, Eduardo Verástegui, para que confirmen mis apreciaciones o se formen una opinión propia y personal de los alcances, intereses y aprovechamientos que subyacen en esta reciente producción cinematográfica.







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