Freddy Ortiz Regis
Democracia, partidos políticos y participación de independientes

Artículo publicado el 13 de noviembre de 2019.
La reciente disolución del Congreso puso nuevamente sobre el tapete el problema de la crisis del sistema democrático no solo en nuestro país sino también en América Latina. Personalmente, no creo que el sistema democrático esté en crisis sino que están en crisis las instituciones y mecanismos para acceder al poder y mantenerse exitosamente en él.
La reciente decisión del JNE de permitir que los excongresistas del reciente disuelto Congreso puedan postular para elegir al nuevo Congreso que terminará el período 2016-2021, ha provocado una ola de desazón en la opinión pública que -mayoritariamente- anhelaba no volver a saber más de los disueltos congresistas (sobre todo de aquellos que se han ganado la fama de obstruccionistas, lobistas y mafiosos).
Pero, ¿por qué esta desazón de la ciudadanía? ¿Acaso no veremos caras nuevas en la competencia electoral del próximo enero? Surgen muchas respuestas. Entre ellas, el hecho de que no basta caras nuevas en la política sino una renovación interna y esencial de las organizaciones políticas que constituyen los canales para llegar al poder.
Mientras existan organizaciones políticas que son instrumentos de personas, familias o grupos económicos o de poder; mientras existan organizaciones políticas cuyos logos y denominaciones llevan las iniciales de los nombres de sus propietarios; mientras no exista la democracia interna en el seno de estas organizaciones y estén liderados por cúpulas vitalicias; mientras las organizaciones políticas no sean verdaderas escuelas de gobierno y, no como ahora, que solo se activan meses antes de los procesos electorales; mientras las organizaciones políticas no se renueven mentalmente y se sacudan de los atavismos ideológicos de siglos pretéritos; mientras exista este estado de cosas en estas organizaciones que en democracia son los canales de acceso al poder, es casi una utopía pensar que el sistema democrático va a funcionar y ser eficaz en una sociedad como la nuestra.
Pero la crisis de las organizaciones políticas no es solo consecuencia de las relaciones internas en el seno de estas instituciones. La crisis tiene su base en las estructuras sociales, culturales y espirituales del pueblo peruano (y latinoamericano). Estas estructuras -que moldean una visión paternalista del estado, que promueven como normal la visión de que robarle (o coimear) al estado no va contra la ética y la moral sino que es la razón de ser del servicio público, y que, por lo mismo, fomentan la percepción de que las organizaciones políticas son solo medios para encontrar el empleo y las oportunidades que la mediocridad no permite alcanzar-, es necesario transformarlas de raíz, y la única manera de hacerlo es por medio de una educación científica, liberadora e integradora.
Cuando la sociedad comience a cosechar los frutos de esta nueva educación, entonces sus instituciones (entre ellas las organizaciones políticas) serán el reflejo de las justas expectativas y valores de la ciudadanía. Cuando ello ocurra, entonces tendremos congresistas conscientes de que no son representantes de una organización política, sino representantes de una circunscripción territorial geopolítica y que su compromiso no es con el partido sino con sus electores que confiaron en ellos.
Pero mientras este estado actual de cosas subsista, no esperemos que las organizaciones políticas se nutran de la sociedad civil sino -como ocurre en la actualidad- continuarán más cercanas a las arcas del Estado y de las corporaciones que han hecho de la corrupción su estilo empresarial.
Ello explica por qué en nuestro país la mayoría de la población en edad de elegir y ser elegida -entre la cual me incluyo- no quiere pertenecer a un partido o a una organización política. Muchas personas capaces y honestas no son llamadas -ni siquiera como invitadas- a participar en la competencia de acceso al poder. Esto, porque las personas capaces y honestas tienden a ser consecuentes con sus principios y con sus promesas, y no con las consignas de grupo o de partido.
Por ello, y con esto termino, una medida eficaz para promover la participación de las personas que no pertenecen a alguna organización política sería que el ordenamiento jurídico electoral permita la apertura de un registro de los independientes, de modo que sus nombres -previa auscultación administrativa- también puedan estar en la contienda electoral, como una alternativa para los ciudadanos al momento de elegir en el recinto sagrado de las urnas.
Ojalá y el próximo Congreso acoja esta iniciativa.